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Mostrando las entradas de junio, 2014

Un recuerdo helado

Sábado. Diciembre. 15 horas. El shopping colapsa de gente y mis tíos insisten en comprarme ropa, o algún juguete, lo que yo quiera. Pero no quiero nada. El timbre del teléfono interrumpe el silencio que grita en la camioneta. Mi tío responde con monosílabos y mi tía me sonríe por el espejo retrovisor. Yo ya sabía que iban a llamar. La habitación es enorme, y aunque está pintada y decorada completamente de color blanco, me parece el lugar más triste del mundo. Está helada, pero la acaricio igual. Escucho a papá detrás mio tragándose diez mil llantos. Te extraño siempre.

Un recuerdo pegajoso

Estamos bailando. De fondo, la música de siempre. Muy fuerte. En el lugar de siempre. En realidad sólo nos movemos, y en realidad es más bien ruido, no música. No lo escucho. Tampoco lo veo. Sus manos son lo único que siento. Están frías, casi heladas. ¿O son las mías? Sus dedos, largos y huesudos, se entrelazan con los míos por detrás del final de su cintura. La luz hace que mis uñas brillen y es todo un espectáculo luminoso en medio de la noche y el humo. Entre su anular y mi meñique se siente pegajoso. ¿Cerveza quizá? Tal vez es vodka. Sus manos son suaves, abrazan las mías con delicadeza y creo que descubrimos un nuevo idioma. Mentira. Yo sola lo descubro. Tengo miedo de que mis manos le susurren eso que no se atreve a gritar mi voz. Que no me suelte nunca, por favor .