Un lugar común no común.

No recuerdo bien cómo fue que terminamos, estos tres especímenes y yo, reunidos en el patio de la facultad una tarde soleada del mes de noviembre. Difícil seria determinar cual de todos estaba más loco. Por eso me sentía a gusto allí. Seguro.
Casi ni nos conocíamos, aunque nos veíamos tres veces por semana, dos horas cada día (los mas valientes) para escuchar la clase de un tipo un poco bastante raro, por no decir loco de remate. Sé que todos pensábamos lo mismo al oírlo hablar pero por supuesto, como nadie se dirigía la palabra con nadie, los comentarios morían en las mentes de cada cual. Porque obvio, no se habla con desconocidos.
Lo que sí recuerdo es que me acerqué a Juan porque ademas de ser lindo, me resultaba interesante (y nadie me resultaba interesante por esos días). Estaba leyendo un libro de esos viejos, marrones y con la tapa cayéndose a pedazos. Igual que yo. Y así arrancó la charla. El sol nos pegaba cálido en la cara y su sonrisa era fresca. También recuerdo bien mi fastidio cuando llegaron los otros dos a la charla e interrumpieron nuestro encuentro. Federico era un chiflado adicto al mate que andaba  por la vida con un termo debajo del brazo como si fuese una extremidad más de su cuerpo. Y Pilar era definitivamente rara, de esas mujeres a las que es imposible descifrarle la edad. Se sentaron y nos acomodamos en una ronda mientras esperábamos la llegada del profesor. Naturalmente la conversación se inició como una burla a este mismo. Federico lo imitaba de una forma tan perfecta que evidenciaba la poca atención que ponía en clase para concentrarse en lo gracioso que era el tipo. Todos reíamos. Y me gustaba, porque eran risas sinceras, auténticas. Luego la conversación giro hacia un lado mas serio o filosófico. No digo adulto porque me rehúso a pensar que lo adulto tenga que ser sinónimo de serio y porque estoy convencida que cuanto menos adulto se es, mejores cosas pensamos.
Así fue como me encontré de pronto a mi misma debatiendo sobre el amor con cuatro desconocidos a quienes había visto pocas veces y a los cuales en dos semanas probablemente no volviera a ver. No estábamos ni borrachos, ni drogados, ni tristes. Había sol, eran las 3 de la tarde y nos dolía la panza de lo que habíamos reído hacía unos momentos. No estábamos discutiendo sobre el clima, la moda o algún escándalo mediático de la farándula. Hablábamos sobre el amor. Un lugar tan común del que casi nunca hablamos (mucho menos con desconocidos) y lo volvemos no común. Tal vez por vergüenza, tal vez por prejuicios, o ignorancia. No lo sé. 
Ese día me sentí tan bien que no quise dejar de compartirlo con quien sea que lea esto.
Háganlo. Lean un libro viejo en el patio de alguna facultad y alguien se va a acercar a hablarles de amor.

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