El exilio de La Infancia

A medida que crecemos, la infancia se vuelve un país lejano que visitamos hace muchos años y que recordamos solo de a retazos fugaces que se escapan apenas logramos atraparlos. 


El idioma oficial en La Infancia no existe, es una mezcla de dialectos provenientes de distintas zonas del inconsciente, los padres y la televisión. El himno es una canción vieja de Shakira, de esas en las que extrañaba a Antonito y confesaba que no se bañaba los domingos. 


En La Infancia es siempre verano. La temperatura media es de veintiocho grados y llueve muy seguido. La lluvia es un lugar feliz en el que se comen medialunas y en el colegio, como faltan casi todos, se mira una película en VHS. 


El territorio infante es más bien llano, calmo y seguro, pero tiene zonas montañosas y hasta un volcán que, en el mejor de los casos entra en erupción a mediados de los veinte. Hay lagos de agua fría y profunda. Hay jazmines chinos que cuida la abuela. Hay pasto recién cortado por papá. Hay conejos blancos y hamsters que mueren demasiado pronto. 


Una de las atracciones gastronómicas más conocidas de La Infancia son los dulces y los postres. El dulce de leche Gándara comido a cucharadas desde el pote. Helado derretido en un cucurucho que crea surcos pegajosos que llegan hasta el codo. Las servilletas plásticas no limpian. Torpedos de frutilla que le ganan siempre al de limón y mielcitas que venden en el kiosko de Cacho. 


La Infancia inventó un juego sin nombre que consiste en doblar una hoja en triángulos, doblarlos de una manera especial y pintar sus caras externas con cuatro colores. Por dentro escribirle frases como “Te gusta Manu” o “¿Querés ser mi novia?”. La Infancia inventó las payanas, el elástico y el late-nola de las figuritas. 


En La Infancia viven casi todas las personas que más tarde o más temprano se terminarán mudando al mundo futuro, en donde el himno no es tan sincero como el de Shakira. 


Viví en La Infancia hasta los diez años más o menos. En el 2004 el país limítrofe Estados Espesos invadió La Infancia y me fui con lo puesto a una madurez repentina que me abrazó muy rápido. Nunca extrañé a mi país. No extraño las cosas que no puedo recuperar, pero a veces me angustia la nostalgia de recordar esos años caminando de la mano de mamá en calles de cemento, siempre apuradas y con calor. Las mañanas de vacaciones en la cama grande mirando Magic Kids. En mi memoria, La Infancia es un único verano, largo, condensado en un tiempo demasiado corto para ser considerado un país. Crecer en el exilio de la infancia es el más doloroso de los exilios. 


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