María Esther Castelao. Cuentos para vivir

 


María Esther Castelao nació en el Hospital Rivadavia en Capital Federal hace 81 años. A los cinco días de vida su familia se mudó a Vicente López y desde entonces nunca se fue. Le encantan las grandes arboledas y las calles tranquilas que albergan todo lo que Esther ama.

Pasa sus días con Milo, un caniche blanco de pelo esponjoso y suave como un algodón de azúcar. Dice que lo único que le falta es hablar, que por lo demás, es inteligente como una persona. Su casa, un departamento en el primer piso de un moderno edificio sobre la calle Corrientes, es pequeña y acogedora. Ella se encarga de todo sola. Así lo hizo siempre. 

Esther espera emocionada ser entrevistada. Preparó una bandeja para tomar café y una pila con sus cuadernos y libros favoritos. En los cuadernos anota versos, cuentos, ideas para cuentos, pega fotos, figuritas y recortes de diarios y revistas. 

Hace terapia por Zoom, toma clases de canto, de crochet, de teatro leído y asiste a su amado taller de cuentacuentos como desde hace tantos años.

Esther se pasó 14 años escuchando todos los días, religiosamente, a su querido Omar Cerasuolo, un periodista y locutor radial que recitaba poemas como “Pimpollo”. El 10 de febrero del 2016, Omar falleció. Esther, conmocionada, llamó a su hermano y lloró por el teléfono. “Lo lo extraño tanto. Vos no sabes la voz que tenía, cómo recitaba, cómo contaba cuentos. Una vez le llevé unos turrones españoles a la radio. Me hizo entrar, salí al aire y todo”. Ese día volvió a casa con su poema favorito grabado en un cassette. 

“Hola, piedrita” es el nombre de uno de sus cuentos preferidos. Lo conoció cuando sus hijas iban al jardín de infantes, lo buscó por años sin suerte, hasta que un día, revolviendo entre los libros usados de una librería, lo encontró. “No sabés la alegría que me dio. La primera vez que lo leí fue para un grupo de chicos de un colegio bastante humilde. Quedaron fascinados”.

Esther no solo cuenta cuentos. Los siente, los interpreta, les da vida con su voz, con sus gestos, son su cuerpo y hace de todo lo que cuenta, una historia. Arrancó en 1999 con un taller de narración del “Centro de la Tercera Edad”, un club para jubilados del PAMI ubicado en Juan Carlos Cruz 225, y desde entonces nunca se fue. Ha leído cuentos en plazas, en jardines, en colegios y también en algún geriátrico. 

“Quiero que vengas a mi casa a contarme cuentos”, le dijo una vez un nene después de leer “Hola, piedrita”. A Esther le chisporrotean los ojos al contar las reacciones de los chicos. Otro día, en un jardín, había una nena, Guillermina, que lloraba, lloraba y lloraba. “Cuando le empezamos a contar el cuento, se quedó petrificada, con los cachetes colorados, divina, escuchando”. 

Esther tiene una voz un poco ronca y un tono dulce, dulcísimo.  Se ríe tímida levantando los hombros cuando se la halaga. Toma el café negro con azúcar porque es golosa, dice, y su memoria es una joya casi intacta.

“La zanahoria” es un cuento que escribió ella misma y es un hit entre los más chicos. Una zanahoria que no quiere salir de la tierra. Una familia que junta sus fuerzas para arrancarla entre todos. Un canto a la familia y a la unión. 

Esther cuenta que cuando era chica jugaba a la maestra en el patio de su casa. Como la puerta era de hierro, la usaba de pizarrón para explicarle cosas a sus alumnos imaginarios. Ya en ese momento, sin saberlo,  Esther estaba contando un cuento.

“Lo que más disfruto de hacer esto es ver las caritas de los nenes. Se quedan absortos. Te morís de amor”. Para leer “El hipopótamo sordo”, un cuento en el que un hipopótamo sale a pasear por la ciudad, se saca el barbijo. Dice, sin vergüenza, que ahora que usa prótesis a veces se traba al leer, pero no se trabará en ningún momento. 

En su biblioteca conviven antologías de Mario Benedetti, “Cuentos para no morir” de Hamlet Lima Quintana y “Máximas” de su maestro Cerasuolo. Como lectora es curiosa, picotea, y le gustan más los cuentos que las novelas. No le gusta hablar de política y tiene como cuenta pendiente escribir un diario.

“Siempre le decía a mi mamá que yo tendría que haber nacido bohemia. Me gusta bailar. Me encanta cantar”. Se hace un silencio y entonces Esther, después de buscar la letra en su memoria mirando al cielo, entona unos versos de Angelitos negros.

“Pintor que pintas iglesias / pintame angelitos negros / que también se van al cielo”. 

Comentarios

  1. Hermoso y sentido relato. Impecablemente escrito. Has descrito a mi mamá como un exacto retrato de ella. Gracias Jose.!! Me emocioné desde el comienzo al fin. Esa es mi mamá, Esthercita, la dulce e inquieta
    del saber, la bohemia, la abuela cuenta-cuentos, la abuela de todos, la mamá incondicional .y tu relato la describe con impecable exactitud. Muchas Gracias!! Un placer y un orgullo que le hayas regalado este reportaje.

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