Pesadilla de una noche de tormenta

Era viernes, y a pesar de la humedad y la lluvia, el aire olía más que nunca a fin de semana.

Cumplías años y esa noche lo festejabas en mi casa. ¿Te acordás como te tuve que insistir? Decías que no, que quedaba mal, que era de poco caballero. Pero te encantaba cumplir años, y yo lo sabía.
Vinieron todos tus amigos, mis amigas, tus primos, los míos. Lo hicimos en el patio, al borde de la pileta, y no sé si tu sonrisa era más grande que la mía o al revés.
Qué lindo te reías, sobre todo con una o dos copas de alcohol encima.
En un momento me senté y vi en una sola imagen cómo todos bailaban, cantaban, se reían. No podrías haber pedido un momento más perfecto.
Hasta que pasó.
Primero un estruendo hizo estallar unos vasos de vidrio que aguardaban todavía vacíos sobre la mesa. Nadie lo notó. Agapornis sonaba mas fuerte.
Fui a buscarte porque algo me inquietó y te encontré charlando con mis amigas.
Y entonces otra vez.
Pero esta vez todos lo advirtieron.
Alguien bajó el volumen de la música y por cuatro o cinco segundos creo que nadie respiró.
De pronto, a la izquierda, polvo.
Y de pronto, ahora a la derecha, polvo de nuevo.
Eran edificios cinco minutos atrás.
Ahora si. Caos.
Me agarraste de la mano y me llevaste debajo del marco de la puerta de la cocina. Sólo llegué a ver cómo por el cielo gris volaba una bandada de aviones negros.
Otro estruendo.
Me abrazas fuerte contra tu pecho y siento cómo te late el corazón. Me da miedo que también vaya a estallar.
Creo que la gente grita pero sólo escucho el compás de tu interior.
Me das un beso nervioso en la frente y cierro los ojos.
Otra vez.
Más cerca.
Ya no veo nada. Está todo negro.
¿Dónde estás? No encuentro tu mano.
Volvé.
¿O es que me fui yo?

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