La imbecilidad, al palo
“Algunas mujeres necesitan ser violadas para tener sexo”. “Es una aberración de la ley que si una pendeja de 16 años con la concha caliente quiere coger con vos, vos no te la puedas coger”
Sí. Son extractos de la charla completa. Y si, también está sacado de
contexto. Pero al fin y al cabo estas fueron las palabras de Gustavo Cordera
durante una charla en TEA el pasado lunes 8 de agosto.
En el mundo, 1 de cada 3 mujeres fue víctima de violencia física o sexual.
En Argentina, muere una mujer cada 30 horas por femicidio. Los datos hablan
por sí solos.
Las repudiables declaraciones del ex líder de La Bersuit, se dieron en el
marco de la escuela de periodismo Tea. Cordera fue como invitado a un ciclo de entrevistas
que se realiza todos los lunes con el fin de que los alumnos tengan un acercamiento
periodístico a una “personalidad” de la cultura. Los dichos se hicieron
públicos cuando uno de los estudiantes compartió una nota en Facebook respecto
a la entrevista.
Gustavo Cordera tiene un historial de activo involucramiento con causas
sociales. Sin embargo, sus recientes palabras no parecen ir muy de la mano con
este discurso.
Rápidamente, tras conocerse la noticia, Cordera intentó explicar que estaba
realizando un ejercicio teatral llamado “psicodrama”. A su vez, dijo que su propósito
era provocar a los alumnos para que repregunten y de esta forma generar un
debate. Y acá es donde uno se pregunta: si así fuese, si le creyéramos que
efectivamente estaba actuando, ¿se justifican de todas formas semejantes
palabras?
Vivimos en un momento a nivel mundial, y particularmente en Argentina,
donde hace poco más de dos meses celebramos un segundo año de ·#NiUnaMenos, en
el cual la violencia, y la violencia machista puntualmente, está a la vuelta de
la esquina. Como temática, como debate, como denuncia.
Insisto, queda en cada uno creer en sus justificaciones o no, pero lo que
no debería quedar en cada uno es entender que lo que nos hunde como sociedad
son estos pensamientos. Actuados o reales, pero dichos. La palabra es un arma
de doble filo, peligrosa y milagrosa a la vez. Más aún cuando es
amplificada a través de un micrófono.
Usémosla para hacer bien.