Lo que la semana de lluvia nos dejó

Me gusta el inicio de las tormentas mucho más que las tormentas. 

Las primeras gotas rompen contra los techos de chapa sonando como campanadas sueltas. 

Después se suma una gota. Dos. Tres. Mil. El ritmo se acelera, apurado, como si quisiera llegar al orgasmo de un cielo cayéndose entero en forma de agua torrencial. 

Y entonces, durante un rato uno ya no recuerda cómo sonaba el silencio antes del zumbido de la lluvia llegando a la gloria. Hasta que se detiene. La tormenta se desvanece sin preaviso y uno queda a solas con el silencio otra vez, incómodo en la claridad húmeda que deja el agua pasada.

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