Si yo fuese Clara Buk

Clara Buk llega al café caminando muy rápido. Usa jeans, zapatillas y un sweater holgado. Me saluda con un beso, a pesar de que ahora poca gente saluda en público con esa proximidad. Acomoda su cartera en la silla y se sienta de frente, mirando a los ojos. Agarra un mechón de pelo y empieza a enrularlo en su dedo índice mientras lee entusiasmada el menú. Pide un café cortado y torta de ricota mientras aprovecho para sacar mi cuaderno de notas primero, y mi grabadora en segundo lugar, para no asustarla. Me doy cuenta de que hace un esfuerzo por no volver a tocarse el pelo porque en su lugar toma el azucarero y se lo pasa de mano a mano.


-Clara, qué gusto finalmente hablar con vos… nuestra revista sigue tus pasos desde hace un tiempo y nos gusta mucho lo que escribís, ¿cómo definirías tu escritura?

No sabría definirla yo misma, prefiero escribir y que los demás la definan por mi. Hasta ahora me han dicho simple, tierna y “que voy al hueso”. Hago un esfuerzo por escribir extenso, pero tiendo a lo breve, que creo tiene un poder enorme. Para mí, casi siempre, menos es más. Cuando escribo algo y llego a pensar que no es tan horrible, me alegro.


-Sos muy joven y sin embargo, en muchos de tus textos hablás sobre el miedo al paso del tiempo. ¿A qué más le tenés miedo?

A que se muera mi mamá y a que la gente que me lee se de cuenta de qué hablo. 


-En tus relatos también aparece mucho el verano, ¿qué es el verano para vos?

El verano es la vez del corso en el pueblo de mis abuelos, las cigarras o las chicharras, nunca supe cuál es cuál. El calor. El helado malo tapado con salsa de caramelo. La pileta del CARJU. Mi abuela sentada en “el sillón” naranja y blanco. Las cartas. Pichuchi. La bici violeta, que era demasiado grande para mi edad. Viajar en la caja, en malla y descalzas.


-Mencionaste el helado,¿cuáles son tus gustos de helado favoritos?

Me gusta el súper dulce de leche, el chocolate amargo y el sambayón. Lo camuflo y necesito compensarlo con alguna otra cosa como la amargura, pero en el fondo me gusta lo dulce hasta empalagarme. Y como el sambayón, me atrae todo lo que es clásico, noble y simple. A veces pido probar el mousse de limón, pero siempre termino diciendo “gracias, está rico, pero mejor dame lo de antes”.


-Decime algo que odies de tu rutina

La peor parte del día siempre me parece que es alrededor de las dos y media de la tarde, un horario inútil, denso, demasiado largo. En mi huso horario pasaríamos de la una a las cinco de la tarde, momento en que la vida vuelve a ser apetecible.


-La última, ¿cómo te sentís?

Me siento como cuando en la primaria te mandaban a jugar al quemado con los más grandes, ¿te acordás? Entrabas a la cancha muerta de miedo, deseando que nadie te viera y nadie te pasara la pelota, pero en una de esas la atrapabas sin querer y sacabas un tiro de mierda e igual seguías ahí adentro. Así de chiquita me siento a veces en medio de esta adultez. También me siento como cuando en el final de un cumpleaños me daba miedo que nadie me viniera a buscar y las animadoras me preguntaran “Gordi, ¿te acordas el celular de tu mama?” con una mueca de fastidio, o pena, no lo se. Así de asustada, también.


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